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domingo, 3 de abril de 2016

Galgo corredor




Lo único que me atrae de la caza son los antiguos tratados, la historia, la tradición; cuando los reyes lanceaban osos en Extremadura y esas cosas. Apenas sé nada de su práctica. Asumo que suena reiterativo y petulante, pero cada vez que veo un galgo me acuerdo de aquel hidalgo de los de lanza en astillero, que tanto gustaba de estos lebreles.

También recordaba los versos del poeta, una de sus Castellanas, al fotografiar esta escena de unos galgos con su dueño, sobre el muro de contención de una de las charcas de Arroyo de la Luz, recortados sobre un cielo que anticipaba una lluvia que llegaría poco después.

Tiene dos galgos zancudos
de ojos vivos como chispas,
flacas cinturas de avispas
y curvos dorsos huesudos:

dos destructores crueles
de las liebres y los panes,
pues corren como huracanes
y comen... como lebreles.

(Ganadero. J.M. Gabriel y Galán)





Unos meses antes de de tomar esas imágenes, me había topado con una escena de caza, que apenas pude vislumbrar entre la niebla, y que pretendí captar, como una pintura (?). En Extremadura se autoriza la caza con galgos en zonas de caza limitada y sólo para capturar liebres. Se trata de una modalidad consistente en la carrera en campo abierto entre una liebre y un par de galgos, que no es raro que acabe con la fuga de la presa. Sus defensores arguyen que esta modalidad de caza es muy selectiva, ya que las liebres mejor dotadas tienen más posibilidades de escapar.

Habitualmente, esta práctica salta a los media cuando particulares y colectivos ecologistas denuncian que los perros se ven expuestos a una vida mísera y a entrenamientos que rayan la crueldad; amén de que en ámbitos rurales cientos de galgos son sacrificados o abandonados cada mes de febrero cuando termina la temporada. No sé hasta qué punto eso es la norma o la excepción. Un solo caso ya es demasiado y las acciones punibles de los delincuentes no pueden ocultar siglos de historia. 

La caza de liebre con galgos es una modalidad de caza menor aprobada y regulada por ley en buena parte de Europa y que cuenta con una sólida tradición en buena parte de España. Se define como aquella en la que los galgos, cuando salta una liebre, la persiguen hasta su pérdida o captura a diente. En Extremadura, el reglamento que regula el ejercicio de la caza especifica que en esta modalidad el cazador, a pie o a caballo, recorre el terreno con sus galgos y cuando salta la pieza, los lebreles la persiguen hasta su captura. Sólo puede practicarse sobre liebres aunque durante la misma, y siempre que sea de forma no intencionada, puedan capturarse conejos u otras especies cinegéticas. Cada cazador podrá llevar un máximo de cuatro galgos que llevará atados, pudiendo soltarse únicamente dos de ellos juntos cada vez. Está prohibido utilizar o portar armas de fuego o cualquier otro medio de captura, así como valerse de batidores o de cualquier otro elemento o método auxiliar para la captura de las liebres. Tampoco está permitido soltar galgos de refresco a liebres que vengan perdidas de otra carrera; realizar la suelta antes de haber dado a la liebre cincuenta metros de ventaja en su carrera, ni realizar sueltas a lebratos o a especies distintas a la liebre.


El galgo español pertenece a una raza pura de perros delgados y ligeros perfectamente adaptados para la carrera de velocidad. Los galgos se han dedicado a la caza de la liebre en la Península desde antes de la época romana. El historiador Arriano de Nicomedia (h.86–175 d.C.) que fue cónsul de Roma en la Bética en el siglo II, describe en su obra Cynegeticus la caza de liebres de un modo prácticamente idéntico al que se sigue  practicando en la actualidad. Desde entonces existen numerosas fuentes que confirman que las persecuciones de liebres por los galgos eran práctica común durante la dominación árabe, tanto en zona cristiana como musulmana, y a lo largo de toda la Edad Media. Los galgos eran bienes de cierta importancia como reflejan los antiguos inventarios y las abundantes normas que penalizaban su hurto o muerte. En Extremadura, el Fuero de Usagre otorgado durante el reinado de Fernando III de Castilla, en el siglo XIII, da buena muestra de ello cuando establece las multas en maravedíes a pagar por «Quien matare galgo o can». Varios siglos después, Alonso Martínez del Espinar (h.1594–1682), todo un prohombre que fue retratado por Velázquez, ayuda de cámara del príncipe Baltasar Carlos y arcabucero del rey Felipe IV, describe en su célebre obra sobre el Arte de Ballestería y Montería los diversos modos de dar caza a las liebres: «Muchas maneras hay de matar estos animales. Muchas, diré las que en España usan: córrenlas con galgos, que aquí los hay ligerísimos, y así mismo lo son algunas liebres, que se les escapan sin poderlas alcanzar...».
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